Dice el refrán que no hay boda sin
lágrimas ni funeral sin risas y, analizando, suele ser cierto como,
por otra parte, suelen ser muchos refranes.
De lo de las bodas doy fe porque yo
misma, a falta de hermanos o cuñados porque tanto mi marido como yo
somos hijos únicos, me emocioné en su momento en las bodas de mis
primas y ahora me emociono en las de sus hijos o los hijos de mis
amigos (esto, quizás, en previsión de que mis hijos me tienen
amenazada con que no se van a casar y me van a privar de ejercer de
madrina, yo ahí toda mona de teja y mantilla).
Y de lo del funeral también pues esta
mañana, sin ir más lejos, y juro que sin tener yo culpa de nada se
han producido unas risitas a mi costa en un tanatorio.
Hoy me he desayunado con la noticia de
que había fallecido la madre de una amiga muy querida y, a media
mañana, nos hemos ido al tanatorio a dar el pésame y acompañarles
un ratito. Yo, tanto en las bodas como en los funerales, soy de las
que suelen guardar las formas en el vestir y jamás iría a una boda
de blanco o negro total ni a un funeral con ropa demasiado
estridente, pero hoy se me presentaba la polémica de que me había
pintado ayer tarde las uñas de rojo y no me apetecía cambiármelas,
más que nada porque como estoy que me desarmo de los dolores me
cuesta un montón pintarme las de los pies.
Así he dicho bueno pues me pongo de
negro y sandalias y bolso rojo y así voy moderadamente discreta pero
no parece que vaya de luto. Y, dicho y hecho, me he puesto lo que mis
hijos, tan dados ellos a opinar sobre todo lo mío, llaman el “look
viuda alegre” pero sin escote y sólo con un brillito en los
labios, hoy formalita.
Pero mis cuidados me han servido de
poco porque, aprovechando que había poca gente cuando hemos
llegado, me he sentado al lado de mi amiga y su hermana, ambas de
luto, y al poco de estar ahí ha llegado un grupo y yo, que estaba la
primera en los sillones reservados a la familia según se entra, les
he visto por el rabillo del ojo y digo: “ya está, estos me dan el
pésame” y dicho y hecho, según me levantaba para evitarlo ha
llegado uno con su mujer y me ha plantado dos besos y yo diciéndole:
“que lo siento pero que yo no soy de la familia, es que me he
sentado ahí!” y él, que no ha debido entenderme o se ha azorado
al ver que había metido la pata, respondiéndome: “que no pasa
nada, no te preocupes” y yo diciéndole: “no, si pasar no pasa,
tú tranquilo” y la mujer, más espabilada que él, dándole un
codazo y diciéndole por lo bajini: “si es que estás tonto” y él: "joder que yo no les conozco" y
el borde de mi marido en el otro extremo poniendo la cara de inocente
y con los ojos muertos de risa y yo, al final, simulando un ataque de
tos cuando era de risa y yéndome al baño.
Y, cuando he vuelto, al ver los ojitos risueños de la gente que había por allí me he dicho que sí, que no hay funeral sin risas.