Esta mañana, como siempre, me he
levantado muy temprano, alrededor de las 6,30, demasiado pronto para quien no
tiene casi nada que hacer, con el agravante de que hoy no tenía el
recurso de meterme a la cocina y hacer un montón de comida.
Y digo no lo tenía porque, a raíz de
un episodio de hipoglucemia muy grave que tuve ayer, ambulancia y
hospital incluidos porque me quedé con 10mg. de glucosa, en casa me
lo han prohibido todo y se han puesto conmigo en plan dictatorial y
no me dejan hacer nada, ni siquiera cocinar, argumentando que me
puede bajar la glucemia por un exceso de actividad.
El caso es que a las 7,30 yo ya estaba
desayunada, duchada y arreglada y con todo el día por delante y sin
nada, excepto ir al médico, por hacer y me he salido a la terraza a
pintarme las uñas.
Mientras lo hacía, pensaba en lo
bonitas que están las plantas, en lo delicado de ese macetero
vintage pintado a mano y en lo absolutamente ideal que le queda la
planta que le puse porque sus hojas son exactamente del mismo violeta
que las florecitas que lleva pintadas el macetero. Pensaba en lo bien
que queda, al menos para mí, lo ecléctico de la decoración que
puse en la terraza, ese macetero encima de un mueble bar mejicano, conviviendo
con el farolito de forja y el otro marroquí de piel; con los dos
cuadros tipo provenzal francés encima, de los que estoy muy
orgullosa porque los compré baratísimos, colocados sobre el
ladrillo visto en lugar de sobre pared; en los mueblecitos con
cajones de enfrente, de forja, madera y mimbre, tan diferentes del
otro pero con un bonito contraste. Pensaba en la suerte o la
casualidad de haber encontrado una cesta de forja que uso de macetero
con la misma floritura que llevan las sillas y la mesa, cada cosa
comprada por un lado y, sin embargo, con el aparente destino de
encontrarse y, de pronto, he fijado mi vista en el canario.
El canario estaba en un extremo de la
mesa y, sin palabras, le he hablado de lo similares que, ahora mismo
y salvando las distancias, son su vida y la mía. La única
diferencia es que su jaula es más pequeña y que no la ha elegido
él, pero yo también tengo jaula, bonita y decorada como me gusta,
pero es mi jaula, mi casa es mi jaula y, al paso que voy, pronto
estaré envuelta en algodón para que nada me roce, para que nada me
afecte y para que nada me haga daño.
Lo hacen porque me quieren, no cabe
duda alguna, pero me siento sobreprotegida y me asfixio porque yo, a
diferencia del canario que nunca ha conocido más que su jaula, sí
he conocido la libertad, la que te da tener suficiente salud para ser
completamente autónoma.